Me llamo Pablo, tengo
seis años y me da mucho miedo la oscuridad. Desde que tengo memoria nunca me ha
gustado estar solo ni la ausencia de la luz.
Mamá dice que es algo normal, que le pasa a todos los niños,
pero que cuando crezca, se me pasará. Sin embargo, yo creo que esta vez ella
está equivocada.
Por las noches, siempre leo un cuento antes de dormir, y
cuando escucho sus pasos por el pasillo, lo guardo debajo de la almohada para
que ella no lo vea.
Siempre se sienta a mi lado y me da un beso de buenas
noches. Cuando va a apagar la luz le pido que no lo haga, porque me da miedo,
pero ella siempre sonríe mientras dice:
tranquilo, Pablo, si tienes miedo solo tienes que llamarme para que venga,
¿vale? Yo asiento, pero el miedo empieza a subirme por las piernas para
alojarse en mi estómago.
Cuando ella apaga la luz yo saco la pequeña linterna que me
regaló mi abuelo, me cubro la cabeza con las mantas, y sigo leyendo el cuento
que escondí bajo la almohada. Intento no pensar en lo que hay fuera de aquellas
mantas, pero papá siempre me pilla, aunque nunca me regaña.
- - Pablo, ya eres un niño mayor, tienes que empezar
a dormir con la luz apagada, me dice.
- -
Ya, pero es que me da miedo. ¿No puedes dejar la
puerta abierta al menos? ¡Solo hoy!
- -
Ya sabes que no. A ver, Pablo, ¿qué es lo que te
da tanto miedo? Aquí no hay nada, ni nadie. Ya sabes que no existen los
monstruos. No te va a pasar nada malo. Venga campeón, es hora de dormir. Dice papá
al tiempo que me quita la linterna y el cuento.
Otra vez a oscuras. Cierro muy fuerte los ojos, pero sigo
teniendo miedo. Cuando los abro, veo una sombra extraña en la pared y vuelvo a
cubrirme con las mantas hasta taparme los ojos. Al rato, cuando no escucho
nada, voy bajando poco a poco las mantas para ver si aquella sombra sigue allí,
¡y allí está! Se mueve y gritó con todas mis fuerzas.
Mamá viene a la habitación y yo le explico lo que ha pasado.
Ella se tumba a mi lado y apaga la luz para que le enseñe la sombra siniestra
que me acecha desde la pared. Cuando la ve, me dice que es la sombra del árbol
del jardín, y que se mueve mecido por el viento. Le pido que deje la luz
encendida, pero nada, no hay suerte.
Cuando vuelvo a quedarme solo y a oscuras empiezo a escuchar
ruidos raros. Vienen del armario, estoy seguro. Me tapo de nuevo hasta la
cabeza y me tapo los oídos con las manos. Al rato, quito las manos y ya no
escucho nada. Sin embargo, no puedo apartar la mirada de la puerta del armario
entreabierta.
En la oscuridad, diviso una figura, pero me digo a mí mismo
que solo es mi imaginación. Papá y mamá dicen que los monstruos no existen.
Tac, tac, tac.
La puerta del armario se ha movido. Estoy seguro.
Tac, tac, tac.
El miedo me tiene paralizado. Ni siquiera soy capaz de
llamar a mamá. De repente, empiezo a escuchar pequeños pasitos y me meto debajo
de las mantas hasta hacerme una bolita. Los ruidos no cesan. Siguen ahí y yo
tengo mucho miedo.
Vuelvo a descubrir mi cara y cuando miro hacia el armario no
hay nada. Respiro aliviado. A lo mejor papá tiene razón y es solo mi imaginación.
Me tumbo boca arriba y cometo la equivocación de sacar una
mano de la cama y dejarla caer hacia el suelo. Cuando siento que algo me toca
vuelvo a quedarme paralizado. Esta vez si consigo gritar: mamáaaaaaaaaaaaaa. Pero
ella no viene. Pruebo y grito papá, pero él tampoco acude.
Me armo de valor y me destapo corriendo y salgo pitando de
la cama para encender la luz de la habitación. Allí no hay nada. Dentro del
armario solo está mi ropa. Y bajo la cama, está el osito que los abuelos me
regalaron por mi cumpleaños. Debo haberlo tocado cuando saqué la mano de las
mantas.
Más aliviado, me vuelvo a tumbar en la cama y cuando me
estoy quedando dormido, escucho que alguien me llama. Entre sueños, contesto, y
la voz me responde. Pero de repente caigo en la cuenta de que no sé quién me
está hablando y vuelvo a gritar para que venga mi madre.
Esta vez ella acude y me abraza para que me tranquilice. Yo lloro
y le digo que deje la luz encendida y ella, enternecida, se tumba a mi lado y
me cuenta un cuento. Cuando acaba, yo sigo con los ojos abiertos, pero noto que
su respiración es más calmada. Cuando la miro, es ella la que se ha dormido. Me
acurruco junto a ella, y admito lo curioso que me resulta no escuchar ningún
ruido extraño. Tampoco el armario hace ruido ni oigo pasos. Todo se ha calmado.
Ahora ya no tengo miedo, y sin darme apenas cuenta, me quedo dormido abrazado a
ella.
@rdellector
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