miércoles, 30 de julio de 2014

Te recomiendo...'La Historiadora', de Elisabeth Kostova

"Con sus festines de sangre y tortura, con sus campos de empalados y mutilados, Vlad Tepes supo reconstruir un pedazo de infierno en la tierra. Su historia es real. Y quinientos años después de su desaparición, su prolongada sombra aún atenaza los corazones de los aldeanos de Europa del Este y Asia Menor, y sirve de basa para que la escritora Elizabeth Kostova logre la alquimia de fundir el mito y la realidad que se oculta tras Drakulea. "



Desde qué Bram Stoker escribiera su famoso libro, 'Drácula', las novelas y películas sobre vampiros no han hecho más que crecer.
¿ Y si Drácula aún siguiera vivo? Esa es la premisa de la que parte 'La Historiadora', la primera novela de la escritora estadounidense Elisabeth Kostova. El libro ha recibido diversos premios y se ha posicionado como todo un éxito de ventas desde que se publicó en 2005, superando incluso al controvertido 'El Código da Vinci', de Dan Brown.

La novela de Kostova mezcla el género de ficción con la novela histórica, puesto que tardó más de 10 años en documentarse para poder escribirla, y que se aleja más del vampiro tradicional para centrarse en la figura del príncipe Vlad Tepes, conocido también como 'Vlad el Empalador'.

Además de estos dos géneros, también encontramos el género de viajes, ya que la novela nos lleva hasta los rincones de Rumania, Francia, Estambul o Reino Unido, y el género policiaco.

Un libro totalmente recomendable y que te absorberá desde la primera página hasta la última.

@@Rdellector



jueves, 24 de julio de 2014

Te recomiendo... Memento Mori, de César Pérez Gellida


Cuando escoges un libro para leer esperas tumbarte en la cama, empezar y no poder parar. Sin embargo, he de reconocer que no son muchos los autores que consiguen atraparte desde la primera línea hasta la última, y pocos han conseguido que, al menos yo, esté deseando tener un momento libre para retomar de nuevo la lectura e inmiscuirme en un mundo alucinante del que no querría salir jamás.



Pero aunque no ocurre con demasiada frecuencia, pasa como con las brujas, que haberlas haylas, y esto mismo me sucedió con Memento Mori, de César Pérez Gellida.

Un autor valiente, capaz de llamar en su novela a cada cosa por su nombre.  Hay sangre, hay violencia y el sadismo de un asesino en serie que no tiene remordimientos, ni escrúpulos y esto unido a unos giros de guión brillantes, Memento Mori se consolida como una verdadera obra maestra del crimen.

Hacer un resumen de todo lo que acontece en esta novela, sería sin duda, un error, una burda manera de destriparla a todos los lectores.
Lo que sí puede decirse es que la obra de César Pérez Gellida es para disfrutarla y, sin duda, para agradecerla.

lunes, 21 de julio de 2014

Toda una vida



Se levantó de la cama y todavía con el pelo revuelto, se dirigió a la cocina a preparar café. Era como un ritual. Llevaba más de cincuenta años haciéndolo. A su marido le gustaba el café recién hecho y a ella le gustaba despertarlo con ese aroma. Habían vivido juntos toda una vida. Ella ya no tenía apenas recuerdos de su vida anterior. 

Se habían conocido hacía más de sesenta años, pero todavía recordaba como el primer día la primera vez que lo vio. Ella daba clase en el colegio local. Acababa de terminar su última clase y estaba saboreando el último cigarrillo que le quedaba. Se sentía muy cansada y enfadada, pues sabía que ya no podría disfrutar de otro momento de respiro hasta que llegara a casa. Cuando levantó la vista para ver como el humo formaba pequeños remolinos en el aire, lo vio pasar. Llevaba un jersey fino y se abrazaba a sí mismo para entrar en calor. Sus miradas se cruzaron un instante, pero ella supo que lo volvería a ver.

Al día siguiente y todos los días después durante un mes, a la misma hora, ella salía a fumar un cigarrillo y él pasaba por delante del colegio solo para verla. 

-       -   ¿Tiene un cigarrillo, señorita?- la pregunta la cogió por sorpresa. Aquel día el chico se retrasaba y ella pensaba que ya no aparecería. Estaba enfrascada en sus pensamientos y no lo escuchó llegar. 

-       -   Claro, dijo ella mientras le tendía uno y le regalaba la mejor de sus sonrisas. ¿Viene mucho por aquí?, le preguntó ella con sorna. Él bajó la cabeza sonrojado y se limitó a asentir.

-        -  Disculpe si la he molestado- le dijo él. Encendió su cigarrillo y se dio media vuelta. La sonrisa de ella comenzó a desvanecerse, pero en seguida, él se volvió de nuevo para decirle: aunque pensándolo mejor, me gustaría molestarla, si a usted no le importa, todos los días de mi vida.

Así comenzó su historia de amor. Simple, pero hermosa. No tardaron mucho en formalizar su relación y al año de conocerse ya pensaban en casarse.

Nunca tuvieron una vida fácil. La guerra se llevó de un plumazo todo lo que tenían y durante muchos años vivieron casi en la indigencia. En las noches de invierno no había más calor que el que ellos se daban con sus abrazos y sus besos. No había casi comida y la que había, él se la cedía casi toda. 

Pronto descubrieron que estaban esperando su primer hijo. Las lágrimas rodaron por sus mejillas, pues apenas tenían algo que ofrecerle. Sin embargo, lo vivieron con alegría y cuando nació, se convirtieron en los padres más dichosos y felices. 

Con los años, ella volvió a dar clase a los niños y él recuperó su trabajo como ingeniero. La vida poco a poco volvía a sonreírles de nuevo. 

Tuvieron un hijo más y habrían tenido un tercero si hubiera sobrevivido al parto. Nació con complicaciones y no vivió más de tres días. Mientras lo enterraban, se juraron a ellos mismos que no volverían a tener más hijos. – un hijo no debe morir antes que su padre- se lamentaban.

Con el tiempo volvieron a levantarse del duro golpe y aprendieron a vivir sin él para centrarse en sus dos hijos. 

Si hacían balance, habían tenido una vida feliz y casi sesenta años después, todavía seguían paseando juntos de la mano. Sin embargo, a medida que la edad fue tomando terreno en sus vidas, la enfermedad llegó para quedarse una mañana de enero.

- Solo es un catarro, le dijo para tranquilizarla. Ella sonreía, pero sabía que aquella tos llevaba demasiado tiempo con él. Después de visitar a varios médicos, les dijeron lo que ellos, en el fondo, ya sospechaban. Los años estaban contados. 

Durante un tiempo siguieron paseando de la mano  y al llegar a casa, rememoraban su vida viendo sus fotos antiguas. Les gustaba recordar cómo habían crecido sus hijos. El día en que aprendieron a montar a caballo, el primer diente de su hija o su primer viaje en barco. Sus fotos eran su historia.

Poco a poco los paseos terminaron. Los días de felicidad se fueron apagando mientras él dormía plácidamente en la cama de la que apenas ya se levantaba. Respiraba con dificultad y tan lentamente que a menudo ella se apoyaba en su pecho para comprobar que no se había marchado.

Todas las mañanas ella iba a despertarlo con una taza de café en la mano y él le sonreía con las pocas fuerzas que aún le quedaban.

Aquella mañana llovía cuando se despertó y se dirigió a la cocina a preparar el café. Le puso tres cucharadas de azúcar, como a él le gustaba, y se dirigió a la habitación para despertarlo. Pero en ese momento, descubrió que ya no había nadie esperándola. El otro lado de la cama estaba vacío desde hacía meses.

 Se sentó en el lado de la cama que su marido había estado ocupando más de medio siglo y removió el café. Se recostó en la cama con los ojos vidriosos y miró como caía la lluvia por la ventana.

jueves, 17 de julio de 2014

El brillo de la Luna

Hace muchos años una niña se preguntó por qué brillaba la Luna. Es el reflejo del Sol, le decían muchos. No preguntes tonterías, le decían otros.

Pero la niña no dejaba de preguntarse por qué cuando comenzaba a anochecer y la luz daba paso a la oscuridad que tanto temor le inspiraba, la Luna aparecía en el cielo imponente para brillar durante toda una noche entera.

La Luna no sólo brilla, se decía. Cuando no hay luz ella me acompaña, cuando tengo miedo porque está oscuro abro los ojos y ella está allí. No, ella siempre me cuida, se decía la muchacha. Tiene que ser otra cosa.

A medida que se fue haciendo mayor la duda no cesaba y le preguntó a todos los que conocía, pero nadie pudo darle una respuesta que la convenciera. Nadie sabe por qué ocurre, le decía apesadumbrada.

Un día, la chica conoció a un hombre. Era alto y de ojos azules, y a pesar de su aspecto juvenil parecía tener muchos años. El hombre estaba solo y la muchacha se acercó a él tímidamente y le dijo:

 - Dime, ¿tú sabes por qué brilla la Luna?

 - ¿Acaso no lo sabes? Todos saben porque brilla la Luna.

 - Bueno, eso creen, pero no lo saben. Le dijo al hombre. Éste sonrió a la curiosa chica y la invitó a tumbarse para contemplar el firmamento.

 - Dime, ¿ tú qué ves cuando la miras?

 - Veo luz, sin duda. Pero desde que era niña me acompaña. No puede ser el reflejo del Sol. No sólo eso.

 - Existe una leyenda que dice que todas las almas buenas que ya han dejado este mundo ven al final de su vida una luz. Muchos sienten miedo al verla porque saben que ya no volverán nunca más a ver a aquellos que aman. Nunca volverán a ver un amanecer, ni a respirar el olor a tierra mojada cuando llueve. Sin embargo, otros, aunque sienten miedo, van hacia ella. La leyenda dice que todas aquellas personas cogen un candil que representa la luz que tuvieron en vida y suben al firmamento para alumbrar las noches y proteger a los que aman. Dime niña, ¿ a quién has perdido tú?

- Hace años perdí a mi padre, le dijo a aquel hombre con pesar.
- Entonces no estabas equivocada. Él está allí arriba y cuando siente que tienes miedo por la noche, agita su candil para producir más luz y que no tengas miedo.

Desde entonces, no pasó ni un solo día en que la niña, cuando echaba de menos a su padre mirase la Luna y le dijera: ahora ya sé por qué brillas. Ahora sé que nunca te fuiste. Dime, qué sientes cuando miras tú la Luna?

@Rdellector

miércoles, 16 de julio de 2014

Fantasmas del pasado

Hace calor. El aire quema y todavía no hemos aterrizado. El piloto nos anuncia que estamos cerca de nuestro destino, y me estremezco al divisar el paisaje en el que pasaré los próximos meses de mi vida.
Intento apartar los pensamientos sobre mi familia, mis amigos... Mis seres queridos. En la guerra no hay tiempo para sentimentalismos. Pensar en ellos podría provocar que me peguen un tiro entre ceja y ceja.

Todavía tengo miedo, no voy a negarlo. Ir a la guerra siempre asusta a pesar de que nos hayan preparado para ello. Sabemos matar, curar heridas, sobrevivir a ataques de gas y al estrés, pero no sabemos como reaccionarà nuestro cuerpo y nuestra mente cuando pongamos en práctica todo lo que hemos aprendido en el campamento militar. Nuestros superiores nos lo han hecho pasar mal, pero sé que todo ha sido por nuestro bien. Mi padre y mi abuelo estuvieron en el ejército y en la guerra, y ellos me contaron como iba a ser mi entrenamiento y, lo que probablemente, iba a ocurrir después. No siento vergüenza de decir que estoy asustado. Probablemente es más cobarde el que intenta ocultar su miedo que el que lo asume e intenta combatirlo en vez de poner delante un muro de piedra para que nadie se de cuenta que a todos, sin excepción, nos asusta morir.

Este lugar es muy diferente a mi hogar. Cuando el sol sale por la mañana, tienes la impresión de que tu cuerpo va a empezar a arder. Siento un fuerte dolor en la cara a causa de las quemaduras solares, pero eso no es nada en comparación con lo que me han contado mis compañeros.

Como cabía esperar, los civiles no nos recibieron con alegría. Intentamos salvarlos de la muerte, de la dictadura y el caos en que los había sumido su líder, pero en las caras que me miran a diario veo desprecio, miedo, angustia, pero no veo agradecimiento. Algunos de mis hermanos esperaban a su llegada señales de agradecimiento por salvarlos de él, pero sólo han encontrado personas hostiles dispuestas a todo por salvar de los soldados y sus aliados a su país. No somos bien recibidos, pero a mi tampoco me extraña. Nosotros, los soldados, cumplimos órdenes, somos unos mandados, pero no soy tan estúpido de creer que, ningún país ame a un ejército que se ha adentrado en su tierra para bombardear y deshacer todo lo que ellos han creado. No todos aquí son terroristas, eso lo sabemos todos. El problema es que a muchos se nos olvidó y dejamos de distinguir a los amigos de los enemigos tan pronto vimos lo que significaba estar y luchar en una guerra.

Soy adicto a la adrenalina, y eso probablemente me mantiene con vida a día de hoy. Mis compañeros me dicen que estoy cambiando. Los oigo hablar entre ellos. Dicen que me he vuelto adicto al gatillo, que soy capaz disparar incluso a un niño sin inmutarme. Lo reconozco. Después de un año aquí, todo me da igual.

A veces me descubro a mi mismo riendo solo o murmurando palabras indescriptibles. Mis superiores están barajando la posibilidad de mandarme a casa.

Después de unos meses más, y varias muertes de inocentes a mis espaldas, me han anunciado que la semana que viene volveré a mi hogar. Es hora de volver con los suyos, soldado, me ha comunicado mi superior, pero ya no se sí hay alguien que me espera al otro lado del charco. Tengo la impresión de llevar aquí una eternidad.

Cuando vuelvo solo encuentro el silencio. Nadie sabe como hablar conmigo y a menudo, reconozco que yo no lo pongo nada fácil. Tengo miedo de transmitirles a todos ellos las experiencias que he vivido y temo que me juzguen si se enteran de lo que he hecho allí. Es la guerra, oigo decir a algunos, pero no tienen ni idea de lo que eso significa. He matado gente a dedo. He matado a gente por estar en el momento y el lugar inadecuado. He matado a gente incluso porque si, y no puedo contárselo a ellos. Ni siquiera puedo dormir, porque los muertos vienen a verme en sueños. Me señalan y me acusan, y yo a menudo acabo por convertirme en un ser pequeño. La culpa no me deja vivir.

Muchos pensaran que lo tengo merecido, pero a todos ellos les diré que no saben lo que es una guerra. El odio se mete por todo tu cuerpo y cuando vuelves ya nunca eres el mismo.
He intentado volver a este mundo. He intentado volver a caminar y a sentir la arena de la playa entre mis dedos. He intentado vivir, pero este ya no es mi mundo.

A menudo escuché que los soldados, una vez que han vivido la guerra, ya no saben vivir sin ella y yo lo sé bien. Es como una enfermedad crónica que nunca abandona tu cuerpo ni tu mente.
Sueño que algún día todos los que maté dejen de visitarme y señalarme. Sueño con volver a tener de nuevo una vida tranquila, pero me temo que ellos me estarán esperando al otro lado. Temo que esta pesadilla que he vivido ni siquiera termine entonces. @rdellector

martes, 15 de julio de 2014

Los amantes pasajeros

Caminaba con él de la mano por las calles de un Madrid ya casi dormido. Se habían conocido esa misma mañana mientras tomaban café. Los dos movían sus cucharillas mientras daban rienda suelta a sus pensamientos. A su alrededor, la ciudad ya se había despertado y cobraba vida mientras ellos seguían sumidos en su silencio.

Se miraron. Se observaron, y pronto, empezaron a hablar. Ella sintió que era un hombre más que se había fijado en sus bellos ojos azules y en la rubia trenza de espiga que le recorría la espalda. Otra vez un amor pasajero, pensó ella. Pero la atracción fue más fuerte y se dejó seducir por sus palabras.

Qué es lo que te gusta, cuál es tu película favorita. Se descubrieron contándose mutuamente sus pasiones, su vida, su niñez, sin indagar, ni intención de ello, en sus secretos más ocultos.

Pasearon por parques, por librerías, por tiendas. Miraron los escaparates de todas las tiendas y bebieron café y más tarde cerveza en varias terrazas de la capital. El tiempo se pasó volando, y sin apenas darse cuenta, y entre conversaciones sobre el tráfico y el calor del mes de julio, la noche se echó sobre ellos.

Como ya no tenían mucho más de lo que hablar, ella pensó que sería buena idea llevarlo a su casa. Escuchar un poco de música quizá, o ver una película de esas de las tres de la mañana, que entretienen y a la vez aburren.
Se descubrió a sí misma imaginando la escena y sonrió. Lo tomó de nuevo de la mano y lo miró a los ojos. No hicieron falta más palabras.

Cuando la música y la tele les resultaron ya aburridas, él la tomó por la cintura y la besó despacio, sin prisas, pero sintiendo el calor de su cuerpo. Ella se dejó querer y lo empujó hasta su habitación. Ella se sintió querida y él quiso soñar que amaba a aquella mujer que había conocido aquella misma mañana. Cerró los ojos e intentó abandonarse al deseo de amar a una persona completamente desconocida. Y cuando la amó, de repente se sintió triste.

Ella le apartó un mechón de pelo de la cara y le sonrió. Y entonces él se dio cuenta que por más que fingiera, no volvería a pasear con aquella chica de inmensos ojos azules y su rubia trenza de espiga, que ahora le caía medio deshecha por la espalda. No volvería a cogerla de la mano y a hablar de su disco favorito.

Encendieron dos cigarrillos y permanecieron tumbados en la cama sin decir nada. Ya no los unía la urgencia de aquella mañana de llenar el vacío y la soledad con que se habían despertado ese mismo día. Habían estado juntos y ahora, cuando un nuevo horizonte se abría paso ante ellos, ninguno de los dos parecía querer poner un pie en esa nueva vida que se abría ante ellos.

Miró donde había dejado su ropa y pensó en vestirse y marcharse, pero ella lo miraba desde un rincón de la cama y se dio cuenta de que no deseaba hacerle daño a aquella muchacha de ojos tristes que la miraba. Fingió de nuevo que no había pasado nada y le tendió una mano. Ella se la estrechó y se tumbó de nuevo a su lado. Pronto ella notó que su amante pasajero se había abandonado al sueño, pero ella temió dormirse por sí al despertar, él se había marchado. Sin embargo, el cansancio del día empezó a pesar sobre sus párpados, y casi sin darse cuenta cayó rendida a su lado.

Cuando despertó los primeros rayos de sol intentaban colarse a la fuerza entre las rejas de la persiana echada, y se removió en la cama obligándose a dormirse de nuevo. Sin embargo, no lo logró.
Sintió que él se movía a su lado, y lo observó con cariño al recordar el maravilloso día que habían pasado juntos. Ojalá y no se hiciera de día nunca, pensó. Ojalá no llegase nunca, porque sé que se marchará, se dijo a sí misma.

Él abrió los ojos y la miró sorprendido. La esperaba todavía dormida. La observó apenas unos segundos, sintió que sus hermosos ojos azules lo atrapaban, y supo que los miedos que los habían unido la noche anterior habían desaparecido. Entonces supo que habían hablado de sus gustos, de sus preferencias, y sin palabras, habían llegado a lo más hondo de sus miedos. La soledad, el miedo al desamor. Y entonces supo que quería mirar a aquella mujer todas las mañanas de su vida. Ella lo supo y sonrió y se fundieron en un abrazo que no terminó nunca.

viernes, 11 de julio de 2014

Volver a ser un niño



En general, el ser humano se siente solo. A veces sentimos que el tiempo pasa mientras nosotros permanecemos igual que siempre.

Algunos se divierten y otros, en la soledad de su habitación se desahogan mirando fotos antiguas, de tiempos que nos parecieron mejores pero que ya nunca volverán. Lloran, patalean y se enfurecen como un niño que tiene una rabieta porque el mundo se olvidó de ellos. 

Miran por la ventana intentando sentir en el aire una oportunidad a la que agarrarse para que no desfallezca la esperanza, pero observando y esperando, al final, ven la vida pasar mientras ellos se estancan.
Que sola se sentía Amaya. El ser humano es impredecible y voluble. A veces se siente tan solo que solamente tienes ganas de mandarlo todo a la mierda y volver a empezar de cero. Amaya prefiere apagar la ilusión por la vida y ahoga su cansancio entre las suaves sábanas de la soledad. A medida que pasa el tiempo se siente más sola y piensa, que no existe mentira más grande en el mundo que decir que, con toda seguridad, que la edad es buena, que te otorga experiencia. ¿Experiencia para qué?, se pregunta. Lo único que le han enseñado los años es a aprender a olvidar a todos aquellos a los que quiso y un día le hicieron daño, y aunque intenta pasar página, no consigue acallar las voces de su interior que le dicen que no vuelva a confiar en nadie más. Y la vida pasa. Y ella está sola.

Sus amigos se han marchado. Están hartos de verla sufrir y de intentar tirar de ella sin resultados. –Si quieres tirar tu vida por la borda, allá tú-, le han dicho mil veces. Todos sus seres queridos han decidido marcharse y vivir, lo contrario que ha hecho ella. Ahora ya no le queda nada. Ella se ha encargado bien de esa tarea.
A veces piensa que la muerte es la única solución para salir del bucle en el que ha entrado, pero de repente, de arrepiente y piensa en lo cobarde que resultan sus pensamientos.

Aquellas fotos que reposan sobre su escritorio, le devuelven el reflejo de lo que fue un día. Una mujer alegre, divertida, querida. De aquello parecen haber pasado siglos, y por eso, vuelca las fotos para no ver aquellas imágenes que le recuerdan quien fue un día. Ahora, cuando ya no le queda nada y ha perdido su sonrisa, se lamenta de no haber pedido ayuda antes.

¡Qué fáciles eran aquellos años en los que el mundo estaba lleno de diversión! Cuando las preocupaciones nos eran ajenas y el dolor se medía por una simple herida en la rodilla.
Es cierto que el mundo cambia a medida que crecemos. Da un giro de 360 grados, y lo que ayer era bueno, hoy, no nos lo parece tanto. Sin embargo, ¿por qué tenemos la costumbre de sonreír cuando nos sentimos mal? ¿por qué fingir que todo va bien? Con lo fácil que era contarle a mamá todo lo que nos sucedía… cuando somos niños anhelamos tanto convertirnos en mayores…y sin embargo, cuando lo somos, algunas veces, daríamos lo que fuera por volver a reír como ellos y no preocuparnos por nada.

Quizá debemos volver a coger la costumbre de mostrarnos tal y como somos al mundo y quitarnos el disfraz y confesar nuestros mayores miedos. Es posible que sea la única manera de no perder la sonrisa.

jueves, 10 de julio de 2014

Te recomiendo... El brillo de las luciérnagas, de Paul Pen

Siempre digo que los libros no los elijo yo, sino que ellos me eligen a mi. Cuando voy paseando por una librería siempre hay una portada que me llama especialmente la atención, y esto mismo me sucedió cuando vi, por casualidad y casi escondido, "El brillo de las luciérnagas", de Paul Pen. Una maravilla que no te puedes perder si no tienes nada que leer para este verano.
Una historia, quizá, de primeras simple, un niño que vive con toda su familia en un sótano, que te engancha desde la primera página y que no podrás dejar de leer en cuanto caiga en tus manos. Aquí os dejo el argumento.



Argumento


Tengo diez años y llevo toda mi vida dentro de este sótano. Vivo en la oscuridad con mis padres, mi abuela, mi hermana y mi hermano. Todos están desfigurados por el fuego. Mi hermana lleva una máscara blanca para tapar sus quemaduras, porque papá dice que su cara podría asustarme.peligrosamente en las sombras y él recibe la visita de unas misteriosas luciérnagas, cuyo potente brillo le animará a intentar escapar del sótano en busca de la verdad.

Me gusta mi cactus. Me gusta leer mi libro sobre insectos. Y tocar durante horas el único rayo de sol que se filtra por una rendija del techo. Pero desde que mi hermana tuvo al bebé, todos actúan de forma extraña. Creo que me cuentan mentiras sobre quién es el padre, sobre el Hombre Grillo que acecha por las noches, sobre lo que sucedió antes de que yo naciera, sobre por qué estamos aquí encerrados.

Por lo menos tengo a las luciérnagas. Llegaron hace unos días al sótano y las he guardado en un bote. Como dice mi abuela, no existe criatura más fascinante que aquella que es capaz de crear luz por sí misma.
Esa luz me anima a conocer el mundo exterior, escapar, descubrir qué le sucedió a mi familia. Lo malo es que aquí todas las puertas están cerradas. Y no sé dónde voy a encontrar una salida...

miércoles, 9 de julio de 2014

De vuelta

Una mañana se despertó. No había nadie a su lado. Dejó caer sus piernas de la cama y sus pies tocaron con el frío suelo de la habitación.
Caminó hasta el cuarto de baño y se miró al espejo, nada, vacío. Vislumbraba los primeros signos de la edad y con el tiempo, su rostro empezó a cambiar y comenzó a convertirse en una persona a quien ya no conocía.

Todas las mañanas cuando despertaba se asomaba al balcón y miraba los pájaros alzar el vuelo. Hubiera deseado ser uno de ellos en más de una ocasión para poder volar lejos, lejos de ella misma y de la soledad y la muerte que se acercaba a ella con pasos mudos pero agigantados.

Por las noches, mientras dormía, él siempre estaba a su lado, pero a medida que la noche desaparecía dando paso a la mañana, él desaparecía también dando paso a la soledad que la agobiaba cada día.
Poco a poco, fue dejando de mirarse al espejo, pero su rostro seguía cambiando aunque ella no quisiera aceptarlo.

Él cada noche venía menos, cada vez su rostro, su cuerpo, estaba más y más borroso y cuando la edad fue tomando terreno y el olvido se apoderó de su mente, dejó de recordarle en sus sueños y su memoria se fue apagando lentamente.

Se fue ahogando en su propia soledad. Ya no se levantaba de la cama ni iba a mirar los pájaros por el balcón.
Se quedaba allí, tumbada sobre la cama mirando al vacío con la mirada perdida.

Aquella noche nevó y por la mañana el paisaje era blanco y esponjoso como las nubes en invierno y aquella mañana no se despertó más y al fin, él volvió a verla de nuevo y ella, volvió a recordarle otra vez.



Presentación

Desde muy pequeña siempre me gustó escribir. Leía poemas de autores como Bécquer y pensaba, ojalá algún día yo pueda escribir algo así. Con ese propósito, a los 12 años empecé a escribir poemas, aunque ahora, cuando echo la vista atrás y los leo, me doy cuenta que la poesía realmente no era lo mío.
Después de pensarlo mucho terminé por estudiar Periodismo y dedicarme a la que algunos califican como la profesión más bonita del mundo, y yo creo que no les falta razón. El periodista no es otra cosa que un narrador de cuentos, un narrador de historias, y eso era justamente en lo que yo quería convertirme.
Dejé mis poemas aparcados y empecé a embarcarme en el mundo de los relatos cortos y, últimamente, hasta me he atrevido con una novela.
Con este motivo he empezado a escribir este blog, para escribir historias. Espero que os guste y disfrutéis tanto como yo disfruto escribiéndolos.