En general, el ser humano se
siente solo. A veces sentimos que el tiempo pasa mientras nosotros permanecemos
igual que siempre.
Algunos se divierten y otros, en
la soledad de su habitación se desahogan mirando fotos antiguas, de tiempos que
nos parecieron mejores pero que ya nunca volverán. Lloran, patalean y se
enfurecen como un niño que tiene una rabieta porque el mundo se olvidó de
ellos.
Miran por la ventana intentando
sentir en el aire una oportunidad a la que agarrarse para que no desfallezca la
esperanza, pero observando y esperando, al final, ven la vida pasar mientras
ellos se estancan.
Que sola se sentía Amaya. El ser
humano es impredecible y voluble. A veces se siente tan solo que solamente
tienes ganas de mandarlo todo a la mierda y volver a empezar de cero. Amaya
prefiere apagar la ilusión por la vida y ahoga su cansancio entre las suaves
sábanas de la soledad. A medida que pasa el tiempo se siente más sola y piensa,
que no existe mentira más grande en el mundo que decir que, con toda seguridad,
que la edad es buena, que te otorga experiencia. ¿Experiencia para qué?, se
pregunta. Lo único que le han enseñado los años es a aprender a olvidar a todos
aquellos a los que quiso y un día le hicieron daño, y aunque intenta pasar
página, no consigue acallar las voces de su interior que le dicen que no vuelva
a confiar en nadie más. Y la vida pasa. Y ella está sola.
Sus amigos se han marchado. Están
hartos de verla sufrir y de intentar tirar de ella sin resultados. –Si quieres
tirar tu vida por la borda, allá tú-, le han dicho mil veces. Todos sus seres
queridos han decidido marcharse y vivir, lo contrario que ha hecho ella. Ahora ya
no le queda nada. Ella se ha encargado bien de esa tarea.
A veces piensa que la muerte es
la única solución para salir del bucle en el que ha entrado, pero de repente,
de arrepiente y piensa en lo cobarde que resultan sus pensamientos.
Aquellas fotos que reposan sobre
su escritorio, le devuelven el reflejo de lo que fue un día. Una mujer alegre,
divertida, querida. De aquello parecen haber pasado siglos, y por eso, vuelca
las fotos para no ver aquellas imágenes que le recuerdan quien fue un día. Ahora,
cuando ya no le queda nada y ha perdido su sonrisa, se lamenta de no haber
pedido ayuda antes.
¡Qué fáciles eran aquellos años
en los que el mundo estaba lleno de diversión! Cuando las preocupaciones nos
eran ajenas y el dolor se medía por una simple herida en la rodilla.
Es cierto que el mundo cambia a
medida que crecemos. Da un giro de 360 grados, y lo que ayer era bueno, hoy, no
nos lo parece tanto. Sin embargo, ¿por qué tenemos la costumbre de sonreír
cuando nos sentimos mal? ¿por qué fingir que todo va bien? Con lo fácil que era
contarle a mamá todo lo que nos sucedía… cuando somos niños anhelamos tanto
convertirnos en mayores…y sin embargo, cuando lo somos, algunas veces, daríamos
lo que fuera por volver a reír como ellos y no preocuparnos por nada.
Quizá debemos volver a coger la
costumbre de mostrarnos tal y como somos al mundo y quitarnos el disfraz y confesar
nuestros mayores miedos. Es posible que sea la única manera de no perder la
sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario