lunes, 21 de julio de 2014

Toda una vida



Se levantó de la cama y todavía con el pelo revuelto, se dirigió a la cocina a preparar café. Era como un ritual. Llevaba más de cincuenta años haciéndolo. A su marido le gustaba el café recién hecho y a ella le gustaba despertarlo con ese aroma. Habían vivido juntos toda una vida. Ella ya no tenía apenas recuerdos de su vida anterior. 

Se habían conocido hacía más de sesenta años, pero todavía recordaba como el primer día la primera vez que lo vio. Ella daba clase en el colegio local. Acababa de terminar su última clase y estaba saboreando el último cigarrillo que le quedaba. Se sentía muy cansada y enfadada, pues sabía que ya no podría disfrutar de otro momento de respiro hasta que llegara a casa. Cuando levantó la vista para ver como el humo formaba pequeños remolinos en el aire, lo vio pasar. Llevaba un jersey fino y se abrazaba a sí mismo para entrar en calor. Sus miradas se cruzaron un instante, pero ella supo que lo volvería a ver.

Al día siguiente y todos los días después durante un mes, a la misma hora, ella salía a fumar un cigarrillo y él pasaba por delante del colegio solo para verla. 

-       -   ¿Tiene un cigarrillo, señorita?- la pregunta la cogió por sorpresa. Aquel día el chico se retrasaba y ella pensaba que ya no aparecería. Estaba enfrascada en sus pensamientos y no lo escuchó llegar. 

-       -   Claro, dijo ella mientras le tendía uno y le regalaba la mejor de sus sonrisas. ¿Viene mucho por aquí?, le preguntó ella con sorna. Él bajó la cabeza sonrojado y se limitó a asentir.

-        -  Disculpe si la he molestado- le dijo él. Encendió su cigarrillo y se dio media vuelta. La sonrisa de ella comenzó a desvanecerse, pero en seguida, él se volvió de nuevo para decirle: aunque pensándolo mejor, me gustaría molestarla, si a usted no le importa, todos los días de mi vida.

Así comenzó su historia de amor. Simple, pero hermosa. No tardaron mucho en formalizar su relación y al año de conocerse ya pensaban en casarse.

Nunca tuvieron una vida fácil. La guerra se llevó de un plumazo todo lo que tenían y durante muchos años vivieron casi en la indigencia. En las noches de invierno no había más calor que el que ellos se daban con sus abrazos y sus besos. No había casi comida y la que había, él se la cedía casi toda. 

Pronto descubrieron que estaban esperando su primer hijo. Las lágrimas rodaron por sus mejillas, pues apenas tenían algo que ofrecerle. Sin embargo, lo vivieron con alegría y cuando nació, se convirtieron en los padres más dichosos y felices. 

Con los años, ella volvió a dar clase a los niños y él recuperó su trabajo como ingeniero. La vida poco a poco volvía a sonreírles de nuevo. 

Tuvieron un hijo más y habrían tenido un tercero si hubiera sobrevivido al parto. Nació con complicaciones y no vivió más de tres días. Mientras lo enterraban, se juraron a ellos mismos que no volverían a tener más hijos. – un hijo no debe morir antes que su padre- se lamentaban.

Con el tiempo volvieron a levantarse del duro golpe y aprendieron a vivir sin él para centrarse en sus dos hijos. 

Si hacían balance, habían tenido una vida feliz y casi sesenta años después, todavía seguían paseando juntos de la mano. Sin embargo, a medida que la edad fue tomando terreno en sus vidas, la enfermedad llegó para quedarse una mañana de enero.

- Solo es un catarro, le dijo para tranquilizarla. Ella sonreía, pero sabía que aquella tos llevaba demasiado tiempo con él. Después de visitar a varios médicos, les dijeron lo que ellos, en el fondo, ya sospechaban. Los años estaban contados. 

Durante un tiempo siguieron paseando de la mano  y al llegar a casa, rememoraban su vida viendo sus fotos antiguas. Les gustaba recordar cómo habían crecido sus hijos. El día en que aprendieron a montar a caballo, el primer diente de su hija o su primer viaje en barco. Sus fotos eran su historia.

Poco a poco los paseos terminaron. Los días de felicidad se fueron apagando mientras él dormía plácidamente en la cama de la que apenas ya se levantaba. Respiraba con dificultad y tan lentamente que a menudo ella se apoyaba en su pecho para comprobar que no se había marchado.

Todas las mañanas ella iba a despertarlo con una taza de café en la mano y él le sonreía con las pocas fuerzas que aún le quedaban.

Aquella mañana llovía cuando se despertó y se dirigió a la cocina a preparar el café. Le puso tres cucharadas de azúcar, como a él le gustaba, y se dirigió a la habitación para despertarlo. Pero en ese momento, descubrió que ya no había nadie esperándola. El otro lado de la cama estaba vacío desde hacía meses.

 Se sentó en el lado de la cama que su marido había estado ocupando más de medio siglo y removió el café. Se recostó en la cama con los ojos vidriosos y miró como caía la lluvia por la ventana.

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