miércoles, 9 de julio de 2014

De vuelta

Una mañana se despertó. No había nadie a su lado. Dejó caer sus piernas de la cama y sus pies tocaron con el frío suelo de la habitación.
Caminó hasta el cuarto de baño y se miró al espejo, nada, vacío. Vislumbraba los primeros signos de la edad y con el tiempo, su rostro empezó a cambiar y comenzó a convertirse en una persona a quien ya no conocía.

Todas las mañanas cuando despertaba se asomaba al balcón y miraba los pájaros alzar el vuelo. Hubiera deseado ser uno de ellos en más de una ocasión para poder volar lejos, lejos de ella misma y de la soledad y la muerte que se acercaba a ella con pasos mudos pero agigantados.

Por las noches, mientras dormía, él siempre estaba a su lado, pero a medida que la noche desaparecía dando paso a la mañana, él desaparecía también dando paso a la soledad que la agobiaba cada día.
Poco a poco, fue dejando de mirarse al espejo, pero su rostro seguía cambiando aunque ella no quisiera aceptarlo.

Él cada noche venía menos, cada vez su rostro, su cuerpo, estaba más y más borroso y cuando la edad fue tomando terreno y el olvido se apoderó de su mente, dejó de recordarle en sus sueños y su memoria se fue apagando lentamente.

Se fue ahogando en su propia soledad. Ya no se levantaba de la cama ni iba a mirar los pájaros por el balcón.
Se quedaba allí, tumbada sobre la cama mirando al vacío con la mirada perdida.

Aquella noche nevó y por la mañana el paisaje era blanco y esponjoso como las nubes en invierno y aquella mañana no se despertó más y al fin, él volvió a verla de nuevo y ella, volvió a recordarle otra vez.



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