miércoles, 16 de julio de 2014

Fantasmas del pasado

Hace calor. El aire quema y todavía no hemos aterrizado. El piloto nos anuncia que estamos cerca de nuestro destino, y me estremezco al divisar el paisaje en el que pasaré los próximos meses de mi vida.
Intento apartar los pensamientos sobre mi familia, mis amigos... Mis seres queridos. En la guerra no hay tiempo para sentimentalismos. Pensar en ellos podría provocar que me peguen un tiro entre ceja y ceja.

Todavía tengo miedo, no voy a negarlo. Ir a la guerra siempre asusta a pesar de que nos hayan preparado para ello. Sabemos matar, curar heridas, sobrevivir a ataques de gas y al estrés, pero no sabemos como reaccionarà nuestro cuerpo y nuestra mente cuando pongamos en práctica todo lo que hemos aprendido en el campamento militar. Nuestros superiores nos lo han hecho pasar mal, pero sé que todo ha sido por nuestro bien. Mi padre y mi abuelo estuvieron en el ejército y en la guerra, y ellos me contaron como iba a ser mi entrenamiento y, lo que probablemente, iba a ocurrir después. No siento vergüenza de decir que estoy asustado. Probablemente es más cobarde el que intenta ocultar su miedo que el que lo asume e intenta combatirlo en vez de poner delante un muro de piedra para que nadie se de cuenta que a todos, sin excepción, nos asusta morir.

Este lugar es muy diferente a mi hogar. Cuando el sol sale por la mañana, tienes la impresión de que tu cuerpo va a empezar a arder. Siento un fuerte dolor en la cara a causa de las quemaduras solares, pero eso no es nada en comparación con lo que me han contado mis compañeros.

Como cabía esperar, los civiles no nos recibieron con alegría. Intentamos salvarlos de la muerte, de la dictadura y el caos en que los había sumido su líder, pero en las caras que me miran a diario veo desprecio, miedo, angustia, pero no veo agradecimiento. Algunos de mis hermanos esperaban a su llegada señales de agradecimiento por salvarlos de él, pero sólo han encontrado personas hostiles dispuestas a todo por salvar de los soldados y sus aliados a su país. No somos bien recibidos, pero a mi tampoco me extraña. Nosotros, los soldados, cumplimos órdenes, somos unos mandados, pero no soy tan estúpido de creer que, ningún país ame a un ejército que se ha adentrado en su tierra para bombardear y deshacer todo lo que ellos han creado. No todos aquí son terroristas, eso lo sabemos todos. El problema es que a muchos se nos olvidó y dejamos de distinguir a los amigos de los enemigos tan pronto vimos lo que significaba estar y luchar en una guerra.

Soy adicto a la adrenalina, y eso probablemente me mantiene con vida a día de hoy. Mis compañeros me dicen que estoy cambiando. Los oigo hablar entre ellos. Dicen que me he vuelto adicto al gatillo, que soy capaz disparar incluso a un niño sin inmutarme. Lo reconozco. Después de un año aquí, todo me da igual.

A veces me descubro a mi mismo riendo solo o murmurando palabras indescriptibles. Mis superiores están barajando la posibilidad de mandarme a casa.

Después de unos meses más, y varias muertes de inocentes a mis espaldas, me han anunciado que la semana que viene volveré a mi hogar. Es hora de volver con los suyos, soldado, me ha comunicado mi superior, pero ya no se sí hay alguien que me espera al otro lado del charco. Tengo la impresión de llevar aquí una eternidad.

Cuando vuelvo solo encuentro el silencio. Nadie sabe como hablar conmigo y a menudo, reconozco que yo no lo pongo nada fácil. Tengo miedo de transmitirles a todos ellos las experiencias que he vivido y temo que me juzguen si se enteran de lo que he hecho allí. Es la guerra, oigo decir a algunos, pero no tienen ni idea de lo que eso significa. He matado gente a dedo. He matado a gente por estar en el momento y el lugar inadecuado. He matado a gente incluso porque si, y no puedo contárselo a ellos. Ni siquiera puedo dormir, porque los muertos vienen a verme en sueños. Me señalan y me acusan, y yo a menudo acabo por convertirme en un ser pequeño. La culpa no me deja vivir.

Muchos pensaran que lo tengo merecido, pero a todos ellos les diré que no saben lo que es una guerra. El odio se mete por todo tu cuerpo y cuando vuelves ya nunca eres el mismo.
He intentado volver a este mundo. He intentado volver a caminar y a sentir la arena de la playa entre mis dedos. He intentado vivir, pero este ya no es mi mundo.

A menudo escuché que los soldados, una vez que han vivido la guerra, ya no saben vivir sin ella y yo lo sé bien. Es como una enfermedad crónica que nunca abandona tu cuerpo ni tu mente.
Sueño que algún día todos los que maté dejen de visitarme y señalarme. Sueño con volver a tener de nuevo una vida tranquila, pero me temo que ellos me estarán esperando al otro lado. Temo que esta pesadilla que he vivido ni siquiera termine entonces. @rdellector

2 comentarios:

  1. Me gusta mucho!Eres un crak!No dejes nunca de escribir, lo haces muy bien y se nota que te gusta.

    ResponderEliminar
  2. Me encanta!
    Muy duro, eso sí, pero es la realidad.
    Un 10, sí señor :)

    ResponderEliminar